domingo, 30 de marzo de 2008

En el exceso de luz



Era como campanadas el sonido maldito que parecía venir de otro mundo y que, en poco tiempo, terminó por alborotar a la ciudad entera.

Nadie permanecía dentro de su casa. Nadie, salvo Penélope y yo en la semidesnudez del pre fornicio. Trataba en vano de persuadirla para que no se desdesvistiera… Por primera vez mis manos, mis labios y sus pechos coincidían al mismo tiempo con esta realidad y ahora, ese maldito ruido, como campanario, que parecía venir de otro mundo me arrebataba con invisible fuerza sus labios y su piel… ¡Por mí podía explotar el mundo! Hacerle el amor a Penélope era desde hace tiempo lo único que motivaba cada paso de mi existencia. Pero ella, mujer al cabo, no compartió conmigo, hombre al fin, la jerarquización de las cosas importantes.

“¡Sal ya!” Me gritaba con su acento español desde la puerta, pero la inmensa melancolía de verla otra vez inaccesible me tumbó sobre la cama; con mi nostalgia derecha acaricié la sábana que permanecería virgen de ella… por culpa de esas malditas campanas que parecían lanzar sus gritos desde otro mundo.

Con plomo en los pies logré dirigirme hasta la ventana, desde donde podía observarse a la multitud desconcertada mirando hacia las esquinas del cielo, con gran azoro, en la búsqueda del origen de la repentina luz que iluminaba todo en plena madrugada. A la distancia, sobre las azoteas, entre cables y antenas, detrás de las bajas montañas que circundan la ciudad ocultas siempre tras la polución. Ahí. Justamente ahí donde el horizonte acaba y el cielo inicia. Ahí. Dos cuchilladas violeta partían las nubes, como naranja desangrándose, para dejar entrar ese otro mundo de donde parecían venir los tañidos estruendosos de campanadas de campanas de campanarios que no eran tal.

El ruido cegó abruptamente todos los oídos; la luz inundó el panorama impidiendo a todos los ojos ver con nitidez la aparición majestuosa de aquella soberbia entidad ya manifestada por completo en lo largo y ancho del firmamento. Un fétido aroma era su aliento; la luz, su misma presencia, y su respiración no era otra cosa que aquél sonido nefasto y maldito anunciando a todos el final, porque, en ese justo momento, despertó quien soñaba la historia dejándonos a todos invisibles en el exceso de luz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no amigo.. haora si vamos a terminar esto con plomazos..... exijo una satifaccion !!!!
mire que meterse con mi chica no se lo perdono ehhh

Anónimo dijo...

ajA, con que esas tenemos Jonathan, que es condidito te lo tenías