Impactante.

Parte del impacto fue reconocer a Maribel Guardia quien, indudablemente, hizo un pacto con el mismísimo demonio. Eso o tiene un retrato pudriéndose en su armario mientras ella no envejece. No puede ser, de otro modo, que conserve la misma apariencia de hace veinte años… y que la luzca portando un atuendo minimalista mediante el cual, la buenérrima señora, parece anuncio de pollería: Muslo y pechuga. No por nada la dama es la reina de los taxistas. Quiero que brindemos por ella.
El impacto siguió su detonante efecto cuando llegó el concurso “trépate al macho” donde mujeres amas de casa respetables bailan con descamisados tipos corpulentos que, mediante contorneos lascivos, tienen a bien propinarles un respectivo arrimón; como en el juego de las sillas, cuando la música para, las señoras deben brincar en uno de los “machos” abrazándolos por el cuello y empiernándolos por la cintura. Pierde la que se quede sin macho. La familia entera aplaude.
El momento apoteótico del desayuno en la fonda donde vi el programa por segunda vez fue cuando, ante los ojos del público televidente, exhumaban al olvidado personaje de Quico, de la serie “El Chavo del ocho” proyectando unos videos de los años setenta. De pronto aparece Carlos Villagrán Eslava, señor de piel colgante vestido de Quico, que intentaba hablar como el personaje y después, por petición de la Dama Muslopechuga, bailó ridículamente una coreografía que casi tumba al hombre de un infarto. Penoso, en verdad, ver aquello.
Lo peor de la anécdota fue que las dos veces en que vi el fragmento del programa “Muévete”… lo disfruté. Me reí. Almorcé rico; lo vi, lo gocé… Este placer culposo ha generado en mí la imperiosa necesidad de volver a los clásicos: Homero, Platón, Aristóteles Cicerón, Plauto… y de releer, sin parar, a Schopenhauer, Shakespeare, Cervantes y a Wilde… pero todo (todo) es inútil. No logro (y quizá jamás lograré) erradicar de mi mente a los generosos muslos de Maribel Guardia.