jueves, 10 de noviembre de 2011

Desde el Mictlan…





Comenzó la etapa oscura y fría del año; la etapa de muerte. “Fin de la temporada de cosechas” según la milenaria tradición celta. Es buena época para morir, aunque sea metafóricamente. Así que me estoy esmerando en morir para ver si algún efecto de drenado resulta de mi experimento: muerte de costumbres, de rutinas, de ideas y de obsesiones… muerte de una forma de ser para estimular el nacimiento de otra, más conciente; una forma de ser elegida y autodeterminada desde las experiencias previas y los recientes hallazgos.
Concepción de la muerte, fenecimiento germinal, sepultura vientre: ataúd matriz del cual renacer… orugamente.




Entonces se puede escoger el nuevo modelo para este 2012. ¿Cómo va a comportarse? ¿Qué miedos ha dejado de tener? ¿Qué destinos tiene programados ese nuevo yo, resultado de la muerte del anterior? Es una mezcla de sugestión con programación neurolinguística que nos permite “resetearnos” e intentar reconstruirnos. Finalmente, cuando nacimos por primera vez, no teníamos ni idea del lugar en donde estábamos parados, simplemente crecíamos con la herencia genealógica y genética de nuestro clan: nos otorgaron e insuflaron un estilo de vivir la vida, una visión del mundo; sus creencias y sus miedos, sus demonios y sacralidades… Pero, llegado el momento, uno puede renacer en vida y comenzar a cuestionar la efectividad de esa herencia para nuestros propios intereses. (Nótese que es necesario, previamente, tener intereses propios)
Es posible educarnos a nosotros mismos; “reestructurar nuestras estructuras” individuales. Concientizar nuestros actos, pues. Y determinar si es nuestro gusto permanecer en la estructura heredada o crear la propia… lo cual siempre genera problemas de identidad, por su puesto, y “problemas” e “identidad” suelen ser dos palabras a las que se les prefiere dar la vuelta. No diré que este noviembre decidí mudar de piel y así lo estoy haciendo. No, no, no. Ha sido un proceso muy largo, pero cualquier pretexto es bueno para reafirmar las dinámicas de autoconocimiento y propioestructuración. Así que aprovecho los montajes de muertos que he estado presentando este 2011 para creerme eso de estar muerto, ya que los personajes que represento son muertos: en la chinampa “Los tulares del Abuelito” allá en Tlahuac con Taquito Teatro, y en el remontaje de “Aquí te espero” con Factor Caravana.Pensar la muerte como condición de vida y como el recuerdo de nuestra fugacidad en la tierra (fugacidad que puede durar 80 años o más pero, al fin, suspiro), ayuda a replantearse nuestra forma de vida, nuestros hábitos, y revalorar a los destinatarios de nuestra energía. Debe ser terrible tener la sensación de haber desperdiciado el tiempo de vida que tuvimos… comienzo por preguntarme cómo se puede aprovechar al máximo. ¿Cómo puedo vivir plenamente la vida que, azarosamente, me ha sido obsequiada? Me conmueve profundamente pensar en los que agonizan aferrándose a una vida que ya no les pertenece. Los que no quieren morir y sufren porque ven cercana la partida… y no quieren, como si algo pendiente tuvieran… no quiero vivir eso. Por tal, practico la muerte cotidiana y trato de asimilar la frase célebre del Ché: “En cualquier lugar donde nos sorprenda la muerte, bienvenida sea” Estar listo para morir en cualquier momento da la fuerza para vivir plenamente el momento que bien podría ser el último. Estar listo para partir sólo lo logra quien ha vivido plenamente los días que ha tenido. Y puede ser aplicado a cada una de las acciones en nuestra vida: relaciones de pareja, fiestas, encuentros, etcétera. Con todo lo anterior concluyo que dos grandes misiones habrán de ser asumidas, comprendidas, exploradas, aplicadas, estudiadas y ejercitadas: saber estar y saber partir.





















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