jueves, 28 de febrero de 2008

Atrás de la raya

(Crónica de una experiencia en el primer semestre de la carrera de letras)


Dos de mis compañeros de clase se han sumado a la lista de personas que me reclaman porque subrayo mis libros. Dicen que soy un inconsciente, que con actos inmisericordes y mutiladores lastimo a los pobres libros indefensos; que a las hojas les duele el maltrato; y que, con mi pluma feroz y despiadada, dejo a los inermes libros inservibles. Aura y Carlos son quienes me han invitado a la reflexión, creyendo que por estar en el mismo grupo que yo, tienen el derecho (y quizá creen tener hasta la obligación) de conducirme por el buen camino, alejándome del vicio y la manía diabólica de rayar los libros.
Aura sugiere que maquille mi acción malhechora sustituyendo el uso de la pluma por el del lápiz; argumenta que “con bolígrafo daño al papel pero con lápiz hago cosquillas a mi amigo el libro”; de ese modo, según la profunda lógica de mi compañera, el problema ya no es grave. Le dije, en burlona respuesta, que subrayar con lápiz me parecía una acción mediocre, digna de alguien que no quiere comprometerse a sostener, por los siglos de los siglos, el haber subrayado un texto que consideró importante... Ella sólo hizo un gesto reprobador y se marchó, comprendiendo que su empresa era inútil.
Cabe señalar, es más, diré cabe subrayar, que jamás me atrevería a rayar un libro que no fuese mío, es decir, de mi propiedad (sólo considero mío un libro cuando yo mismo lo he subrayado) Respeto cabalmente los libros que se encuentran en las bibliotecas públicas; considero una falta grave que alguien raye lo que no es suyo, como la pared de la casa de su madre, a nadie le gusta que se la rayen.
Tampoco rayo los ejemplares que se encuentran en librerías; ni siquiera los que están en tianguis o en supermercados. No soy un enfermo “rayanóico”, que vaya armado con un marcador para dejar su huella en cada libro que encuentre descuidado. Cuando robo algún libro, soy congruente con mi ética personal: lo rayo después, nunca antes.
Carlos, el más intelectual de los compañeros con los que comparto aula, me dijo una vez que si rayo los libros ya no los puedo prestar. Ante tal silogismo tuve a bien informar al buen Carlillos de un pequeño detalle que tal vez no consideró en ese momento: ¡Yo no presto mis libros! A menos que lleve años de conocer al solicitante y tenga, además, la dirección de la casa que he de ir a incendiar en caso de no-devolución.
Del mismo modo, insto a la gente a que, por favor, no me preste libros porque no los devuelvo: es frustrante no poder subrayar un libro que me está gustando; si lo saco de alguna biblioteca pues, bueno, ni hablar, anoto el texto en mi cuaderno; pero cuando el libro en cuestión es de un individuo que no le saca el mayor provecho a su adquisición, padezco un conflicto interno del cual no logro reponerme hasta comprar el mío y arrojarle su libro en la cara. Eso o el plan B: quien me prestó su libro no lo vuelve a ver jamás. Ya lo dijo mi abuelo Emilio con uno de sus tantos proverbios tan sabios:

“Es tonto aquél que presta un libro,
pero es más tonto aquel que lo devuelve”

Los libros que tengo son, en su mayoría, mis herramientas de trabajo, mi apoyo para la elaboración de textos y el lugar en donde sé que existe información útil para hacer citas. Sé que lo necesario está ahí, en un libro específico de, quizá, doscientas hojas. Si me entregara a la ingrata labor de buscar en cada una de sus cuatrocientas páginas la información que requiero, no acabaría nunca mi escrito. En cambio, sabiendo que está subrayada, sólo busco los bloques y, con ayuda de unas breves glosas que incluyo al costado de la caja, la labor es mucho más rápida y sencilla.
Los subrayados ayudan a un repaso general, son referentes del contenido temático. En ensayos y libros de historia, los subrayados son sumamente útiles para la elaboración de resúmenes.
Es, en verdad, un deleite subrayar el libro. Es una manera de hacerlo tuyo, de convivir con él en la intimidad, usándolo y dejándose usar por él sin secretos ni rencores. Uno debe hacer suyos los libros, aprender de ellos y aprehenderse a ellos, participando con el autor a través de las distancias. Así el libro deja de ser sólo una mercancía: un objeto conformado por papel y tinta; se convierte entonces en receptáculo de ideas compartidas y de hallazgos testimoniados... En mi librero hay libros que envidian a otros que están más subrayados.
Los libros que no rayo, para consuelo de los “rayafóbicos”, son las ediciones de lujo, los libros de arte, las enciclopedias, en fin, los que tienen ese tipo de papel (couché) que no agarra bien la tinta.
En las novelas o poemarios –que suelo adornar con bellos y prácticos asteriscos- hay frases que me gusta almorzar, antes de salir de casa, o merendar, antes de entrar al sueño; sólo tengo que abrir mi libro y buscar las rayas, seguro de que voy a encontrar -buena dieta para el alma- una frase que me haga suspirar.

Quiero subrayar que mi pretensión no es convertir a la comunidad lectora al “rayalismo ortodoxo”; cada quien es libre de hacer -o no hacer- con sus libros lo que quiera. Me limitaré, ante las juiciosas miradas de los compañeros que observan mi certera pluma con desdén, a marcar una sana distancia diciendo simplemente:
“Con permiso, señor, señorita; compañero, compañera.
Atrás de la raya que estoy subrayando”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

a huevo.. yo me declaro rayador compulsivo.. bueno ortodxo pues.. jejejeje segun su definicion.. me parece que ese par de personas inconformes...se pierden de los delites de la linea.

Anónimo dijo...

wow! yo era una rayadora reprimida, pero ahora que he leído tu texto, sé que no es malo rayar. Lo voy a hacer

Anónimo dijo...

Buscando en internet algun consuelo para el comentario de hoy, encontré este blog. Realmente agradezco la paz mental del día con algunas frases en la orilla de mi libro.

Ana Mariett dijo...

Más de acuerdo no puedo estar, lo que me parece interesante es que hace unos años preste -y aprendí no volver a hacerlo- mi libro favorito, que tenía más de una marca... esto quiere decir que ahora que tengo otro ejemplar en mis manos lo puedo rayar pero tendría otras marcas.